Ciudad Sin Estrellas

Hace tiempo que no me paso por aquí, también es cierto que hace mucho que no disfrutaba del placer de quedarme todo un día metida en la cama devorando un libro hoja tras hoja hasta llegar a la contraportada (A la fuerza…Mi estómago me sigue matando) así que, ya que sigo en modo vegetativo, démosle un poco de vidilla a esto hablando de una novela que pretende ser ciencia ficción y que lo logra... pero, de una manera forzosa, como siguiendo un guión que dictara uno por uno los puntos a seguir para alcanzar el objeto de las mismas. La obra a la que me estoy refiriendo se llama Ciudad Sin Estrellas, novela que resultó premiada el año pasado (2011) con el Premio Minotauro y a cuya autora hace camino de los tres años que vengo siguiendo en calidad de bloguera (VER)
Puesto que mi intención es recomendar el libro y librarme de una vez por todas de mi alias de “destripadora”, del argumento no diré más que lo que viene escrito en la sinopsis.


Ziénaga es un paraíso de cemento y neón, bajo un cielo invariablemente gris durante el día y anaranjado por la noche. Pero en los foros de los cazadores de antigüedades se habla de otro mundo fuera de los muros de la ciudad. Un mundo muy diferente al de las versiones oficiales, según las cuales un desierto inhóspito rodea las escasas zonas habitables del planeta. Sin embargo, las autoridades estatales se apresuran a sofocar estos rumores y los llamados «misticoides» son considerados rebeldes y castigados por el sistema. 
Un atardecer, a la hora entreluz, mientras se dirige con sus amigos al burdel de lujo más afamado de la metrópoli, Perseo Stone tomará una decisión. Y les confesará un plan insólito que hará tambalear su mundo. Montse de Paz, en la mejor tradición de la novela clásica de ciencia ficción, nos ofrece un relato sobre la pérdida de la inocencia y la búsqueda de la libertad.

¿Por qué estoy desilusionada? Seguramente porque, como predica en el libro aunque haciendo referencia a otra cosa, una vez se ha catado lo mejor... lo demás se vuelve insípido, bruto e insignificante, volcándose todas nuestras ansias en volver a llegar al paraíso que el conocimiento de lo excepcional nos ha brindado. Comencé mis andanzas en el mundo de la ciencia ficción de la mano de Rama, con Arthur C. Clarke y eso, son palabras mayores hablando de este género. Una vez te enamoras de este señor, muy difícil no es  que se dé el caso de haber leído La Ciudad y las Estrellas, título muy parecido ¿No? Lo peor no es la mera coincidencia en los nombres, sino ya en la temática, en cierta medida es una copia light de ella. Todo gira en torno al aislamiento del ser humano generalmente tras haberse ido a la mierda el planeta, al despertar, a los innatos ¿Por qué? Porqués que a algunas personas nos acompañan toda la vida. Gira en torno a las ganas de saber, a las de no conformarse con aceptar como axioma incuestionable todo lo que se no dice… en torno a las locas ganas de experimentar en nuestras carnes el fracaso si es que se fracasa o por el contrario saborear la dulce victoria del que da por satisfechas sus sospechas cuestionadas, burladas y parodiadas.
Ambas obras le dan vueltas a la genialidad que en tantas ocasiones se confunde con locura, locura a la que acompaña un sentimiento de soledad por incomprensión. Nadie me cree, nadie me entiende ¿Qué echo de menos? ¿A quién? ¿Realmente lo hago? ¿Los necesito? Hay personas especiales (Existen también ahora en nuestra vida, a nuestro alrededor, echad un vistazo ¿Los veis?) cuyo cerebro, moviéndose en la misma dimensión no comparte idéntica realidad. Quizás La Vida es Sueño, o un simple Matrix…siempre habrá un elegido, ya sea Neo o Alvin o Perseo, y en toda búsqueda existirá un Morfeo, un Bufón de Diáspar o una Amanda que nos guíe en nuestra aventura de llegar más allá de dónde nadie ha osado… al infinito…Y seguramente nos perderemos en él, moriremos, pero la muerte no será en vano pues habremos sembrado la duda:

“No podía llorar… Las lágrimas, lo sabía bien, era un alarmante síntoma de personalidad misticoide”